martes, 31 de mayo de 2011

Día 2


No soy un bebedor habitual, y menos aún desde que tomo Valium, pero cuando he llegado a casa, lo único que me apetecía era un vaso lleno de whisky hasta el borde. Los lunes ejercen sobre mí un efecto siniestro.

Además, ha sido un día de locos.

Cuando terminé Derecho, mi padre me ofreció un puesto en su firma y un enorme despacho con secretaria incluida, rodeado por los despachos de otros peces gordos. Sin embargo, mis intereses eran otros. Con todo el tacto que pude utilizar, rechacé el trabajo y, apenas dos meses después, me convertí en socio de un bufete que acababa de abrir sus puertas a quien quisiera contratar nuestros servicios. Prescindiendo de incontables horas de sueño, dos ex compañeros de carrera y yo conseguimos establecernos como autónomos. Gahemar Asociados no pudo tener un arranque más prometedor.

Resulta irónico que ahora estemos luchando por sobrevivir.

Lo cierto es que todo ha sido por mi culpa. Nada más empezar (me cuesta un poco admitirlo, pero en parte fue gracias al apoyo de mi padre), nos enfrentamos a dos casos de cierta repercusión mediática. Dos despidos colectivos de legitimidad más que dudosa, cuyas víctimas coparon en más de una ocasión unas cuantas portadas debido a sus manifestaciones. En el juicio pudimos demostrar que para dichos despidos, justificados como consecuencia de un Expediente de Regulación de Empleo (el famoso E.R.E.), no se informó ni a comités de empresa, ni a delegados sindicales, ni a ningún otro representante de los trabajadores, y, por lo tanto, eran fraudulentos.

Después de solventar con éxito lo que se conoció en los titulares como “el caso Martinesa-Graciá”, nos llovieron los clientes. Gahemar Asociados se especializó, con bastante acierto, en casos de Derecho laboral. Incluso adquirimos cierto papel mediático. Nada más salir de los juzgados, contesté a las preguntas de un par de reporteros bienintencionados, lo cual me llevó a una fugaz incursión en la primera plana de unos cuantos periódicos. Poco después de eso, mi socia Marina empezó a aparecer en tertulias; y Carlos, el tercer socio, escribió más de una columna en periódicos de tirada nacional. Nos convertimos, nada más despegar, en la imagen de bufete fresco, joven y progresista, defensor de importantes causas sociales.

Fue hace ya más de dos años cuando todo se fue a la mierda. Empezaron las bajas por depresión, las pastillas, las terapias… en lo que dura un parpadeo, acumulamos múltiples derrotas en los tribunales, y pasamos de ser una de las firmas de abogados más prometedoras de la ciudad a conseguir pagar las facturas de milagro. En el último mes, nuestro trabajo ha consistido principalmente en buscar clientes de forma desesperada.

Por suerte, Marina y Carlos son demasiado buenos compañeros como para reprochármelo.

En fin, será mejor que me vaya a la cama.

Día 1


Llueve a cántaros.

No sé por qué ha sonado hoy el despertador. Juraría que lo había desconectado. De todas formas, ya estaba despierto cuando su molesto pitido invadió mis oídos. Llevaba casi una hora tumbado boca arriba, con la vista clavada en el blanco techo de la habitación.

Aunque hoy no ha sido la primera vez que he tenido problemas para dormir, hacía tanto tiempo desde el último día que me pasó que, aun en este momento, me sorprende darme cuenta de que me había olvidado por completo de esa sensación. Incluso he girado la cabeza hacia la mesilla un par de veces para cerciorarme de que el bote de Valium seguía ahí, donde lo dejé después de tomar la última “dosis”.

Con un dolor de cabeza que no se manifestó hasta que me incorporé, me dirigí hacia la ducha, me desnudé y, sin paliativo alguno, dejé que un chorro de agua helada impactara sobre mi piel. Es una sensación maravillosa. Mientras el cuerpo se entumece, la mente está en pleno estado de consciencia, gritando por los millones de agujas heladas que se clavan sin misericordia. Es estar cayendo en una especie de sopor hipotérmico y, al mismo tiempo, estar más despierto que nunca…

Mientras desayunaba un café con unas cuantas galletas integrales (una de sus putas manías que se me ha pegado), he puesto la radio. Un locutor de tono catastrofista, cuyo nombre ni sé ni me importa, daba una noticia insustancial sobre no se qué de unos campos magnéticos… la verdad es que no he prestado mucha atención a sus palabras. Tras la ducha fría, mi mente estaba embotada.

Otro día de mierda, y ya van… ni se sabe.