No soy un bebedor habitual, y menos aún desde que tomo Valium, pero cuando he llegado a casa, lo único que me apetecía era un vaso lleno de whisky hasta el borde. Los lunes ejercen sobre mí un efecto siniestro.
Además, ha sido un día de locos.
Cuando terminé Derecho, mi padre me ofreció un puesto en su firma y un enorme despacho con secretaria incluida, rodeado por los despachos de otros peces gordos. Sin embargo, mis intereses eran otros. Con todo el tacto que pude utilizar, rechacé el trabajo y, apenas dos meses después, me convertí en socio de un bufete que acababa de abrir sus puertas a quien quisiera contratar nuestros servicios. Prescindiendo de incontables horas de sueño, dos ex compañeros de carrera y yo conseguimos establecernos como autónomos. Gahemar Asociados no pudo tener un arranque más prometedor.
Resulta irónico que ahora estemos luchando por sobrevivir.
Lo cierto es que todo ha sido por mi culpa. Nada más empezar (me cuesta un poco admitirlo, pero en parte fue gracias al apoyo de mi padre), nos enfrentamos a dos casos de cierta repercusión mediática. Dos despidos colectivos de legitimidad más que dudosa, cuyas víctimas coparon en más de una ocasión unas cuantas portadas debido a sus manifestaciones. En el juicio pudimos demostrar que para dichos despidos, justificados como consecuencia de un Expediente de Regulación de Empleo (el famoso E.R.E.), no se informó ni a comités de empresa, ni a delegados sindicales, ni a ningún otro representante de los trabajadores, y, por lo tanto, eran fraudulentos.
Después de solventar con éxito lo que se conoció en los titulares como “el caso Martinesa-Graciá”, nos llovieron los clientes. Gahemar Asociados se especializó, con bastante acierto, en casos de Derecho laboral. Incluso adquirimos cierto papel mediático. Nada más salir de los juzgados, contesté a las preguntas de un par de reporteros bienintencionados, lo cual me llevó a una fugaz incursión en la primera plana de unos cuantos periódicos. Poco después de eso, mi socia Marina empezó a aparecer en tertulias; y Carlos, el tercer socio, escribió más de una columna en periódicos de tirada nacional. Nos convertimos, nada más despegar, en la imagen de bufete fresco, joven y progresista, defensor de importantes causas sociales.
Fue hace ya más de dos años cuando todo se fue a la mierda. Empezaron las bajas por depresión, las pastillas, las terapias… en lo que dura un parpadeo, acumulamos múltiples derrotas en los tribunales, y pasamos de ser una de las firmas de abogados más prometedoras de la ciudad a conseguir pagar las facturas de milagro. En el último mes, nuestro trabajo ha consistido principalmente en buscar clientes de forma desesperada.
Por suerte, Marina y Carlos son demasiado buenos compañeros como para reprochármelo.
En fin, será mejor que me vaya a la cama.