miércoles, 1 de junio de 2011

Día 3


Todavía estoy en la oficina, sentado en el suelo y con el portátil sobre una caja hasta arriba de carpetas. Ni siquiera sé si es que no tengo ganas de volver a casa o si se trata solamente de que no podía aguantar para escribir esto.

Desde que empezó el declive de Gahemar Asociados, este es nuestro tercer despacho, lo cual no deja de resultar lógico: según disminuye nuestro margen de beneficios, merma nuestro espacio. La actividad laboral de la firma durante los últimos dos años se traduce en el recorrido que hemos hecho por un buen trozo de Valladolid. Pasamos de un enorme local frente a la Plaza de Zorrilla a uno más modesto en Parquesol; y de aquel al que ahora ocupamos, un piso a un par de calles del anterior, el cual apenas supera los cincuenta metros cuadrados divididos en un salón, dos habitaciones y un cuarto de baño (parece increíble que haya casas tan pequeñas en lo que siempre se ha conocido como la zona “pija” de la ciudad). Hace una semana que llegamos y todavía seguimos intentando organizar la ingente cantidad de documentación que sigue empaquetada. De momento, hemos colocado tres escritorios y el material necesario en el salón (nuestro despacho conjunto), mientras las dos habitaciones permanecen hasta arriba de cajas.

Sin embargo —y aquí viene el motivo por el que estoy aquí sentado en vez de estar en mi casa, acomodado frente al televisor— hoy no hemos tratado ni el tema del espacio, ni el de la escasez de clientes. El plato fuerte del día ha consistido en una urgente reunión entre los tres socios y, a estas alturas, únicos trabajadores de la firma. 

Todavía me cuesta creer lo que me han pedido.

El caso es que soy consciente de que puede ser nuestra última opción, pero eso no lo convierte en una perspectiva agradable… Este sábado celebro en casa una cena familiar, y mis socios pretenden que aproveche la situación y hable con mi padre… 

Ya me estoy imaginando lo que dirá, con una sonrisa de autosuficiencia grabada en su arrugado rostro. “Vale hijo, te ayudaré, porque por lo visto sigues empeñado en seguir jugando a ser empresario.”

Mi padre nunca ha sido un tipo demasiado comprensivo con las dificultades de los demás.

De todas formas, no me limité a aceptar la idea de Carlos y Marina sin más. A decir verdad, mantuve con ellos una agria discusión. Me he resistido con uñas y dientes a aceptar su sugerencia; pero, a medida que ellos desbarataban mis argumentos como buenos abogados, yo me iba viendo cada vez más acorralado y, al cabo de dos horas de tensa discusión, acabé aceptando de mala gana antes de encerrarme en esta misma habitación con un sonoro portazo.

De todas formas ya estoy algo más tranquilo.

Al fin y al cabo, ¿qué más da?

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