domingo, 5 de junio de 2011

Día 7


Ayer estaba demasiado nervioso como para poder sentarme delante del ordenador y escribir algo. Me pasé todo el día de arriba abajo, ultimando detalles para una reunión familiar que, si por mí fuera, sería completamente prescindible.

Mi familia no es muy abundante, y aun así, solo mantengo el contacto con mis padres. Soy hijo único. Tengo un par de tíos y primos, pero ninguno de ellos vive cerca de nosotros. Una sabia decisión.

Conseguí un buen vino tinto para la cena, y cociné yo mismo. Preparé una ensalada César, un par de carrilleras de ternera al vino y un poco de tiramisú que compré en una elegante pastelería de la calle Santiago. En cierto modo deseaba impresionarles. Quería que, cuando llegasen, se encontraran a su hijo perfectamente arreglado, haciendo de anfitrión de una casa impoluta y ofreciéndoles una cena exquisita.

Ni que decir tiene que el plan fue un absoluto fracaso.

Comenzamos con una conversación banal, que oscilaba sin ningún patrón fijo desde la crisis económica hasta la actualidad futbolística. Mientras tomábamos la ensalada, la conversación derivó hacia la muerte de Ricardo Villalobos. Ricardo y yo nos conocimos en la universidad. Yo acababa de entrar en primero, y él era un repetidor nato. No sé por qué, pero no tardó en caerme bien. Por otra parte, mi padre no tenía una relación directa con él, pero sí con su padre. GMA, su enorme bufete, tenía en su cartera de clientes a medio Grupo VSL; y el propio José Antonio Villalobos era cliente personal de mi padre.

La cosa marchaba bien, así que, al colocar sobre la mesa el segundo plato, me lancé.

No sin cierto apuro, les comuniqué la situación por la que estaba pasando Gahemar Asociados, y la necesidad que teníamos de engordar un poco nuestra cartera de clientes. No obstante, a medida que yo ponía las cartas sobre la mesa, el rostro de mi padre se iluminaba como una bombilla. Parecía estar degustando un manjar exquisito que nada tenía que ver con la cena que tanto me había costado preparar. Mientras tanto, yo desconfiaba cada vez más de lo que diría en cuanto yo guardase silencio.

Al terminar la conversación, este esbozó una gran sonrisa y, a pesar de que ya me esperaba cualquier cosa, hizo algo que me dejó helado. Como quien comenta en un ascensor lo mal que está el tiempo, mi padre repitió la oferta que me hizo al terminar la carrera. Dijo una cifra con un montón de ceros y repitió lo del despacho con secretaria al lado de los despachos de otros peces gordos. Todo fue igual que aquel día, con la salvedad de que esta vez añadió una condición más. Al aceptar el trabajo, me convertiría de forma automática en socio de su firma.

Esta vez mi negativa no fue tan suave como la anterior, sino un contundente y airado “no”. Entonces mi padre, con toda la naturalidad del mundo, asestó el golpe de gracia.

No me iba a ceder ni un solo cliente. Él había levantado GMA de la nada, y si yo no era capaz de hacer lo mismo con mi despacho, sería mejor que lo dejase. Después de todo, siempre iba a poder contar con un puesto a su lado. Mi madre, junto a él, me miraba con nerviosismo. Daba la impresión de que no sabía si sonreír, echarse a llorar o intentar que la conversación regresara a la muerte de Ricardo.

Fue casi como me lo esperaba, salvo que no recibí ayuda alguna. Solo una humillante oferta. Las expectativas de mi padre sobre mi trabajo durante los últimos ocho años no pudieron quedar más claras.

Me pasé un par de minutos tratando de dominar mis ganas de coger el plato de carne y volcárselo sobre la cabeza. En cuanto lo conseguí, cambié de tema con brusquedad.

La cena siguió sin más, casi en completo silencio. Pero ya no era lo mismo. Era como si, en vez de estar sentado frente a mi padre, estuviese cenando con la competencia, con el enemigo.

Sin embargo, hay una conclusión obvia en esta catastrófica cena. Algo que no sé si me aterra, me alivia o me desconcierta. Estoy solo. Ya no puedo contar con mi padre (ni creo que lo intentaría si volviese a surgir la ocasión). La salvación de Gahemar Asociados caerá directamente sobre mis hombros y los de mis socios… al igual que su fracaso.

En fin, prefiero no pensar en ello. Mañana tengo un funeral al que asistir.

1 comentario:

  1. Me gusta. Ahora el protagonista se ha quedado solo, ahora veremos como saca todo adelante. Porque volver a trabajar con su padre, es imposible.

    Abrazo

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